jueves, 22 de mayo de 2008

Soy mi sueño, novedad De Ponent junio, de Felipe H. Cava y Pablo Auladell

Edicions de Ponent nos anuncia su novedad para junio, de la mano de dos buenos autores Felipe Hernández Cava y Pablo Auladell, en "Soy mi sueño". Más abajo os dejo con todo los detalles, el prólogo y unas páginas para descargaros.



- SOY MI SUEÑO
Felipe Hernández Cava y Pablo Auladell
Prólogo de Rafa Burgos
Colecció Mercat nº 26
Cartoné, 23,3 x 31,2cm, 76 páginas, bitono
PVP: 22 €. A la venta el 17 de junio de 2008


Páginas de muestra del libro en el siguiente pdf

Prólogo del libro:

ÍCARO DESORIENTADO

El ser humano es agorafóbico por naturaleza. Odia los espacios abiertos y tiende a acotarlos. Con fronteras, con alambradas, con muros. Con una raya de tiza en el suelo. Hasta con bonitas y plácidas vallas blancas alrededor de un jardín. O con definiciones en el diccionario. Una de ellas, la de la palabra “libertad” es la que estremece cada página de Soy mi sueño. Porque como idea, podemos sentirla cercana, con los bordes reblandecidos de tanto usarla, de tanto masticarla para después escupirla a la menor ocasión. Pero en realidad, no conocemos de ella más que una cara, como pasa con la luna. Y a la que tratamos de buscarle todas las facetas, se nos desborda como un embalse, nos mima y abofetea, nos aterra. Porque no hemos sabido colocarle alrededor unas bonitas vallas blancas.

La libertad parte con la ventaja de base de tomarse como un símbolo blanco y positivo. Pero se nos escapa que puede caer en las manos más diversas. Incluso en las garras de quien la dobla y estruja para luego tenderla. Y mientras se airea en el tendedero, ese mismo alguien aprovecha para utilizarla como bandera. Sin darse cuenta de que en sus garras no es más que un trapo de usar y tirar. Erich Hafner, el aviador nazi que protagoniza esta historia, es a la vez víctima y verdugo del mismo concepto. Como todos los que le rodean. A través de sus gafas de piloto, vemos pasar una realidad incómoda. La libertad puede ser un querubín con mejillas sonrosadas, pero también puede caer abatida por las bombas. Puede ser la barra con la que abrimos los candados que nos encarcelan, pero al mismo tiempo también puede ser la llave que nos encierra definitivamente. Puede ser el camino que nos dirige hacia nosotros mismos. Ése es, al fin y al cabo, el significado que da el diccionario a la palabra libertad. Pero también puede ser la señalización mal colocada que nos aparta del sentido que hemos querido dar a nuestra vida. Y en el conflicto entre el determinismo y el libre albedrío, en la encrucijada de una de nuestras miles de verdades incontestables es donde nos sitúa Soy mi sueño. Y como le pasa a Cary Grant en Con la muerte en los talones, la única equis que tenemos marcada en el mapa de nuestras vidas llega en avión y no nos damos cuenta de ello hasta que lo tenemos encima. Dispuesto a fumigarnos.

Pero el gran problema de las verdades incontestables es que suelen ser mentira. Y da lo mismo que se nos haya desmoronado el Muro de Berlín, que acabemos de atravesar el Oder para invadir Polonia o que en los dominios de un país ficticio no se ponga nunca el sol. Hafner, como ha hecho el ser humano desde que inventó las fronteras, y como hará cuando pierda el meñique y se estilice en un ser de luz, se fijará la misión de desentrañar dónde se ha dejado la meta. Se topará con personas que ven en el sudor y la mugre un espacio en el que quedarse. Encontrará que el arte sirve lo mismo como fuente de conocimiento que como desfiladero hacia la muerte. Hallará las mismas excusas en dos barricadas enfrentadas, a los fabricantes de dos trenes que nunca se cruzan, a dos hermanos nacidos de la misma idea que no saben repartirse el papel de Caín y Abel. Naturalmente, los dos querrán ser Caín.

Albert Camus dejó escrito que los mitos están hechos para que la imaginación los anime. Y eso es lo que han hecho Hernández Cava y Auladell. Han cogido a Ícaro y sus alas de barro y le han dado varias vueltas, como en la gallinita ciega. Lo han dejado sumido en la barbarie de la Historia, desorientado. Le han proporcionado un mapa que no es plano, sino troquelado en doce caras distintas. Lo han sobresaturado de instrucciones y lo han abandonado sin saber cuál es la mejor forma de aletear. Pero este Ícaro no se despistará hasta dejar que el sol derrite sus alas en una prueba de la prepotencia del ser humano y la mala leche de los dioses que no avisan. No es el vuelo en sí mismo el que le interesa, sino la respuesta a la pregunta de por qué hay que volar. Vestido de militar y con una cruz gamada en el brazo, Erich Hafner tendrá que ser el guía que dirige los pasos del lector, también perdido en una época imposible de entender. La única salida del laberinto de las libertades, las verdades y las realidades está a mil pies de altura. Ruge el motor. Crepita una radio. Tiemblan los indicadores de los relojes. La pista del aeropuerto se desliza bajo un fuselaje que va tomando altura. Pero a Hafner nadie le ha dicho dónde tiene que aterrizar.

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